LA NUEVA REFORMA EN EL EVANGELIO

Hace algunos años solía conversar a menudo con un gran amigo sobre diversos temas. Se nos iba la tarde filosofando y disertando sobre las religiones, la política, el ser humano… entre muchos otros tópicos; y cuando indefectiblemente él terminaba pidiendo mi opinión en algún asunto moral y/o ético desde mi punto de vista como cristiana, terminaba llamándome de forma jocosa “la reformadora de la Reforma”. Y esto porque él decía que yo difería en muchos asuntos con los cristianos convencionales que conocía. Claro está, que esto no era del todo cierto, ya que en los asuntos primordiales y en la doctrina de lo que es el evangelio contemporáneo yo estaba y estoy de acuerdo. En especial en que la única verdad está contenida en la Biblia, la cual es la Palabra de Dios; en que tenemos un Dios trino que se presenta como Padre, Hijo y Espíritu Santo; y en que la Salvación no es por obras sino por la fe, en el nuevo nacimiento al haber recibido a Jesús como Señor y Salvador. En asuntos secundarios es en lo que quizá difería con algunas Iglesias tradicionales, cosa que es perfectamente normal (“es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” 1 Co 11:19) por eso existen diferentes denominaciones (Bautistas, Pentecostales, Luteranas, Calvinistas…). Aun así, tenemos claro que ninguna denominación, ninguna persona, tiene la completa verdad con respecto a algo; quienes proclaman tener la verdad absoluta son las sectas, y sus líderes se autoproclaman como “iluminados” con una “única” verdad de Dios revelada sólo a ellos. ¡Ni siquiera Moisés!, quien vio a Dios cara a cara, nadie a quien Dios enviara a hacer tantas señales y prodigios, y hechos grandiosos y terribles con gran poder (Dt 34:10-12); ¡ni Pablo!, quien escribió la mayoría del Nuevo Testamento; se atrevieron a erigirse jamás como “los únicos voceros de Dios”, como muchos en su arrogante y supina ignorancia pretenden hacer. Por otro lado, lo que llamamos “la Iglesia”, lo cual es el cuerpo de Cristo, su esposa; estamos persuadidos de que no se trata de un templo hecho con manos humanas (Hch 17:24), además de que después de Cristo somos “templo” (1 Co 6:19; 2 Co 6:16); sino de un conjunto de personas que hemos creído.

 

Los creyentes partimos desde la premisa de que la Biblia es la única y veraz Palabra de Dios, por lo que en sus líneas se encuentran las respuestas a todos los asuntos importantes de nuestra vida. Por lo tanto, el cómo buscar a Dios, y cómo debemos congregarnos para formar su cuerpo (la Iglesia), es un asunto para tomar seriamente en cuenta; buscando cada uno en la misma Biblia y usando su análisis y criterio, ese mismo criterio que usamos una vez cuando nos dimos cuenta de que la Iglesia Tradicional (Iglesia Católica) distaba por mucho de lo que la Biblia habla. Quienes conocen el trasfondo de la Iglesia Evangélica saben que venimos de la Reforma Protestante, ese movimiento iniciado en Alemania en el S XVI, llevado a cabo por Martín Lutero con la intención de reformar el catolicismo con el fin de retornar al cristianismo primitivo. Esto ocurrió mediante una separación de esa Iglesia que dicho sacerdote (Lutero) consideraba que se había alejado mediante sus prácticas de la verdad bíblica. Sin embargo debemos preguntarnos, ¿fue la intención de Lutero fundar una nueva Iglesia o denominación? Por sus palabras podemos inferir que no: "Ruego por que dejen mi nombre en paz. No se llamen a sí mismos 'luteranos', sino Cristianos. ¿Quién es Lutero?, mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie. ¿Cómo podría, pues, beneficiarme a mí, una bolsa miserable de polvo y cenizas, dar mi nombre a los hijos de Cristo? Dejen, mis queridos amigos, de aferrarse a estos nombres de partidos y distinciones; fuera a todos ellos, y dejen que nos llamemos a nosotros mismos solamente cristianos, según aquel de quien nuestra doctrina viene". Lo mismo que hizo el apóstol Pablo cuando declaró: “cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1 Co 1:12).

 

Imagina por un momento (sin adentrarnos mucho en las matemáticas) que te diriges desde un punto A a un punto B, el cual está a X distancia; con un mínimo error de 1 grado, al haber recorrido la distancia propuesta, te encontrarás muy lejos del punto B, el cual era tu destino; algo así sucede con nosotros. Lutero estaba bien claro de que los hombres por multitud de motivos, en especial deseos personales, podemos desviarnos de un propósito original. No en vano El Señor nos dice en Su Palabra: “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos.” Prov 16:9. Entonces, si además de Lutero también se habla de otros reformadores, ¿no sería acaso conveniente meditar acerca de la necesidad de nuevas “reformas”? Lutero provocó un cisma (división) que en su momento le trajo no pocos problemas con quienes estaba al frente de dicha Iglesia, aún así nosotros le reconocemos como el padre del protestantismo. Las Iglesias Protestantes (Evangélicas) han mantenido por mucho tiempo un modelo de congregación que de igual manera se asemeja al de la Iglesia Católica, en especial por su verticalidad. Sin embargo, dentro de las mismas se han estado oyendo críticas a este modelo, donde se le ha denominado “manipulador” entre otras cosas. Incluso algunos Pastores (en la congregación a la cual pertenezco) han tenido la visión de un nuevo modelo más modesto, y más parecido a la Iglesia Primitiva (le han llamado “Iglesia Conejo”); en contraposición al modelo de moda: los mega templos.

 

Meditemos… ¿Qué fue lo que principalmente llevó a Lutero a desafiar a la Iglesia dominante? Fue la venta de indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. Como bien lo aprendí en un Ministerio dentro de mi Iglesia: “el competidor número 1 que tiene Jesucristo por el señorío en nuestro corazón, es el dinero”. Y es que muchos se sorprenderían al saber que Jesús habló de dinero más veces de las que habló sobre el cielo y el infierno. La Biblia contiene 500 versículos sobre la oración, menos de 500 versículos acerca de la fe, pero más de 2.350 relacionados con el tema del dinero y las posesiones. ¿No deberíamos entonces los cristianos hacer lo mismo que Lutero, lo cual se convertiría en un compromiso público de integridad, honradez y de NO AMOR AL DINERO? Considero que sí. Pero, ¿estaba Jesús en desacuerdo en poseer dinero y propiedades? En ningún lugar de la Biblia dice tal cosa, aunque muchos han tergiversado las enseñanzas del Maestro. Es el amor al dinero, el real problema, cuando este sustituye a Dios: “raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe…” (1 Ti 6:10). Muchos creyentes en el nuevo testamento fueron personas con solvencia económica y/o buen estatus social: José de Arimatea, Lidia, Lucas, Pablo… El equilibrio se encuentra al poseer la convicción de que la presencia de dinero puede o no ser muestra de bendición; que no poseerlo no es una muestra de pecado, pero tampoco de santidad (pero la pereza, con su pobreza implícita o sin ella, sí lo es); y que pedirlo a Dios (dinero) debe tener un propósito claro y eterno, y no para ser gastado en deleites (Stg 4:3), considerando por supuesto que la diversión y el entretenimiento también es parte de la vida. Bien dice la Palabra “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo” Ec 2:24, por lo que a la par de trabajar en Su obra el hombre tiene derecho a disfrute: “Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios.” Ec 9:7.

 

¿Qué está pasando con la Iglesia Evangélica actualmente? ¿No se dice acaso que estamos a las puertas de un avivamiento, que no termina de llegar? ¿Estaremos de alguna manera impidiendo, o no favoreciendo la llegada de tan esperado mover de Dios? Sabemos que el mundo está inmerso en una crisis que volcará a millones en la búsqueda de Dios. ¿Estaremos preparados para recibirles, para conducirles? Hace poco leí un artículo donde por homofóbicos entre otras acepciones, los evangélicos éramos llamados “la nueva minoría odiada”. Hemos estado actuando como fariseos y escribas a quien Jesús acusó de: atar cargas pesadas y difíciles de llevar, ponerlas sobre los hombros de los hombres; las cuales ellos ni con un dedo querían mover (Mt 23:4). Una frase resuena con fuerza desde hace algún tiempo, y ahora cobra más vigencia que nunca: “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios…” 1 P 4:17. Ahora bien, a los homosexuales o a cualquier otro “pecador” que se sienta juzgado y/o perseguido por los cristianos evangélicos puede molestarle esta conducta, bien sea: porque le confronta con una realidad que no quiere enfrentar, porque siente que se están entremetiendo en su vida privada, o porque dicho acusador puede ser igual o peor (o haberlo sido en el pasado, y por tanto no estar mostrando empatía) y ser un hipócrita. Pero, seamos sinceros… ¿qué es lo que más se escucha acerca del principal motivo por el cual la gente rechaza el evangelio (o mejor dicho a los cristianos evangélicos)? Haga esa pregunta y sin temor a equivocarme, la respuesta será: “porque piden plata”. Pero si vamos a las escrituras, ¿qué dice la Biblia sobre el dinero? ¿No se dice acaso en Malaquías 3:10 que demos el diezmo, en Éxodo 23:19; 34:26 en Deuteronomio 18:4; 26:2 y en Proverbios 3:9 las primicias, en Números 7:3; 7:10; 15:25 las ofrendas, y en muchísimas otras porciones bíblicas se mencionan las tres formas de dar a Dios? Sin embargo, es sabio, como lo hacía Pablo tener un trabajo secular y evitar vivir sólo del evangelio (Hch 18:3; 2 Co 11:9; 1 Ts 2:9).

 

Aun así muchos Pastores se escudan en que ese dinero no es usado con fines personales, sino en “la obra de Dios”, la construcción y mantenimiento de los megatemplos. La opinión de la autora puede ser sólo eso, una opinión; pero por supuesto, intentando siempre reproducir lo que creo que Dios me dice que diga. Estos megatemplos se parecen en mucho, a la torre de Babel. Quizá más que mostrar la “grandeza de Dios”, incrementen el ego del hombre. Pero, ¿acaso no se vivió en la época del rey Salomón el mayor esplendor de Israel y del templo? Sí, fue un momento grandioso único e irrepetible, que finalmente terminó derivando en la mayor división de la historia de Israel; ¡y eso que si hay un hombre que siempre dio la Gloria a Dios y escribió innumerables textos sobre ello fue Salomón! Los megatemplos quizá han sido una muy buena herramienta para atraer grandes cantidades de personas, pero con un poder centralizado sólo en un Pastor; quizá con una habilidad de palabra muy grande, pero quien no puede con toda la carga del crecimiento y la madurez de cada creyente. Los medios de comunicación han contribuido en este mega crecimiento, y ¡vaya que es sabio aprovechar cada espacio y adelanto de la humanidad para difundir la Palabra de Dios!, sólo que esto jamás debe suplantar el modelo bíblico y la gran comisión que nos fue dada individualmente. ¿Y entonces, qué ha pasado para que a pesar del adelanto del evangelio (a la par de otros adelantos) nuestro mundo esté en la forma en que está? Estoy convencida de que así como lo que ejecutamos en la vida espiritual, se reproduce en la vida física; la vida actual de muchos Pastores se parece a la de muchos líderes políticos: más que llevar a cabo el ejercicio de sus funciones, han hecho crecer una obra donde prelan los intereses personales y que están centradas en una única figura central.

 

¿Cuál sería la forma de no caer en la creación de una secta, y mantenerse dentro de la sana doctrina? Continuando sujetos a la autoridad, proponiendo los cambios necesarios; y sencillamente buscando nuevos rumbos si donde te encuentras deciden no escuchar nuevas propuestas, nuevas ideas. ¿Desea la autora liderar un nuevo cisma en la Iglesia Protestante? No. Creo que mi función es la misma que tuvo la profetiza Hulda en 2 Reyes 22:14-19: hablar de parte de Dios, pero el hombre y no la mujer debe liderar este movimiento. ¡Que se levanten nuevos Josías, el gran reformador de Israel; quien al leer la ley rasgó sus vestiduras al reconocer cómo el pueblo de Dios se había alejado de la verdad de la Palabra y quiso retomar lo que nos fue escrito! (2 R 22:11-13).

 

(Dedicado a mi amigo Andrés Expósito, creador del adjetivo “reformador de la Reforma”).


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